I

Los inmortales



La pantalla
de la televisión.
Los carros afuera.
Tu sangrante cuerpo de trigo.
Este apartamento
en el hueco cráneo de un ángel,
en lo más alto de la ciudad.

Tú y yo somos dos postcalaveras,
dos estados ulteriores
a la realidad violácea de los órganos.

Dos diamantes.
Dos miniaturas.

Nadie se fija en nosotros.
Nadie quiere hacernos daño.

Pelos. Proteína eterna.
Somos inmortales.






















Morir de hambre



¿Por qué salir siquiera
a comprar cigarros
si mi mano está así de bien,
enterrada en tu vientre?
¿A buscar crepúsculos,
cuando estás pariendo reptiles blancos?

Siento que abrir la puerta,
a estas alturas, caminar por el pasillo,
tomar el ascensor, es el gran error
del cuál hablan todo el tiempo.

Moriré en este cuarto,
contemplándote.




























No puedo más



Confieso
que eres el mejor culo
que ha osado ingresar a mi cama,
que no eres cualquier mendiga de bar,
que estás ferozmente mojada,
que no pido ya sino lamerte,
que no puedo más,
que lo siento mucho,
que me voy a venir:
y esta vez me voy a venir adentro.
































La muerte roja



De poder elegir
otra historia,

otro desarrollo
narrativo,

elegiría 

la muerte roja
que flota 

en el ancho
cosmos.

Nada se compara 
a tu orgasmo,

salvo eso.
































Hablemos



Así sea de noche, de día, hablemos sin parar,
como si noche y día no existieran.

Hablemos de todo,
de cada arcángel,
del polvo sobre la tele,
del duro color del espejo.

De las mil cuadras
que nos separan de los próximos amantes,
ya locos ellos también.

Hablemos, Claudia,
hasta que las razas
conspiren en contra nuestra,
ordenen nuestra decapitación,
o nos manden a tirar
en una de esas licuadoras gigantes
que han construido en la periferia de las ciudades. 

Hablemos bien juntos,
en el ataúd silencioso.

Que los ahorcados nos rocen con sus pies,
pero nosotros hablemos.

No hagamos caso de lo que otros hablan.















Tiemblas



Usaré la lengua:
lameré tus fetos.

Lo verdadero en este instante
en que los tiernos cirujanos
se arrodillan ante ti.

Podrías observar
las calientes decapitaciones,

pero cierras los ojos,
tiemblas: decides temblar.






























Me estás viendo



Tu mirada 
es que yo
te mire

siempre.

De tus ojos
nacen caballos,

con largas erecciones.

Todos quieren verte ver.

Y los pájaros
arrancarte

las pupilas,

tan cotizadas
en el mercado negro.

Todos quieren verte ver.

El amanecer que hace

extrañas contorsiones
para llamar tu atención.

Todos quieren verte ver.

Ese animal que pasea
solo en los desiertos

durante cuarenta días.

Todos quieren verte ver.

Marzo es una piedra única
que ya he guardado en el bolsillo
pero más únicos son tus ojos.

Quiero ver la sangre oscura en tus ojos.

Quiero ver el gorgojo blanco en tus ojos.








Necromántica



Algo conozco de tu lengua:

tu lengua que lame la dura
lengua de los muertos.

En tu garganta (algo he visto)
hacen nido las várices del deseo.

Ya puedo entender de qué 
está hecha la gelatina blanca

de tus órganos enrojecidos.

Eres una tumba caliente, 
que se ha dejado profanar.























El Mandamás



Te complace
mi poder sucio,

hecho de moscas.

Te fascinan 
mis perros 

carnales,
rasgando

tu orgasmo. 

Adoras

la otra muerte 
que te doy.

Soy el Mandamás.








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