II

Callejeando



Callejeando.
Hurgando en los basureros,
como un animal,
un perro.
A la hora cuando el sol recrudece
busco mi lugar
en las cantinas linfáticas.
Las canciones en las rockolas
son tormentas y huracanes.
He adquirido
novecientos piojos.
Mi sombra tiene sombra: ira.
Dice mucho
de mi condición
la forma en que
los vecinos se alejan de mí,
lanzan miradas sigilosas,
me odian a gusto.
A veces me regalan
caramelos envenenados.
Me la paso vomitando,
cada noche.
Te vi, hierática,
en la panadería.
Allí trabajas.
Tu oficio es hacer pan.
El mío es estar sucio.
En estas condiciones,
¿cómo podemos estar juntos?,
¿habrá algún tipo de intervención
quirúrgica que remueva el silencio, eh?











Esa idéntica luna



Mi pasado, el pasado, es todavía este cigarro,
la estricta necedad de evocarte,
de sellar mi dolor
con el olor de tus uñas,
olor que a veces es el mismo,
a veces no, y cuya renta me costó
tres cuartas partes de una víscera importante.

Conviene encender la vela:
su luz brilla en la espalda de los bichos
que avanzan silenciosos en la pared.
Sé que sólo cuento
con este segundo más bien tuyo,
maniático pues está dedicado
completamente a tu persona,
dedicado a la última llamada telefónica que tuvimos,
pero no sabemos si es en verdad la última,
considerando que volvemos siempre a torcer
los conductos, los pasajes de intercambio,
para amarnos somos los más grandes ineptos,
y volvemos siempre a los mismos errores. 
Yo que soy una rasguñador,
vos que sos una rasguñadora
de paredes inútiles,
nosotros deberíamos de saber que somos buenos para salvarnos,
pero salvar no es amor,
no.

Estos son mis devotos cristales,
los que se pudren,
los que se pudren,
los que se están pudriendo.

¿Me estarán espiando esos bichos,
los mandaste vos en un arrebato loco?
Caminan en silencio por la pared,
talvez son emisarios de la luna,
y yo soy el caminante de la luna,
el cantante de la voz rota que tributa
a un astro en donde se han fosilizado
las sucesivas Ofelias
que me mataron de frío.
De frío, señores.
Esto podría llamarse blues lunar.
Y yo podría ser un hombre feliz.
Yo pensé que era el Poeta.
Sólo soy otro miserable codependiente.









































Los ancianos



Y los ancianos, ancianos que vivieron cada guerra,
los ancianos advirtieron lo que estaba pasando,
graves unos y otros, sobre todo incómodos,
escucharon nuevas voces surgir del Objeto,
escucharon el silencio romperse.
 
(Ancianos que saben por experiencia
lo que nosotros igual sabremos en su momento,
porque estamos condenado a repetir los mismos errores,
condenados a hilar con las mismas agujas

el mismo cuerpo púrpura,
el mismo blanco cuerpo.)

Y el Teléfono sigue sonando.
Aprendí: es alguien más.

























Bifurcación



Desde luego, pienso en lo que hubiese pasado
de nosotros seguir cavando en el vientre del sapo.
¿Qué joyas, qué pulidos incendios,
qué diminutos puentes,
qué nerviosas, largas lenguas, vivas en nuestras manos,
hubiésemos encontrado?

Te odio, pues nunca me dejaste conocer
a la mujer posible, incitada, que estaba por venir,
a la que hubiese crecido en mi tierra.

Extirpaste la brillante raíz;
la diste a nocturnos indigentes;
ellos se empeñan en lamerla cada noche.

Te odio pues nublaste todas las citas
que yo tenía
contigo.
           
Te fuiste a que te tocaran las manos frías,
las manos ulceradas.





















Notas del muro



Para mientras, una vela enjaulada
se derrama sobre esos instantes más sagrados,
momentos que nos hicieron temblar,
cuando contábamos nubes traspapeladas,
y a veces simplemente nos mirábamos,
mirarse era siempre lo nuestro.
El problema, según consta
en los anales de la desesperación,
es que las nubes son propiedad de los gusanos;
los gusanos tienen fama de ser puntuales;
la puntualidad consiste en escuchar Stardust,
y ella no me devuelve la llamada.
Pensar es pensar si todo hubiese podido ser otra cosa.






























Es casi Navidad



Es casi Navidad.
O fue hace unos días, no estoy seguro.
No tiene importancia.
No sé lo que es pasar la Navidad contigo,
o tu cumpleaños, o el mío.
En eso consiste el adulterio.
En no celebrar juntos las cosas
que deberíamos de celebrar juntos.
No te extrañaré especialmente
en Navidad pues nunca he pasado
una Navidad contigo.
Es casi reconfortante.

Es casi Navidad.



























Mar blanco



Espero. Delante de los ascensores del mundo
espero a ver si alguno se abre
y pueda verte aparecer de pronto.

Acá, otra vez sumergido 
en el pañuelo de mis transformaciones,
o en cierto exacto lugar ubicable
en el hígado de un perro,
o solamente, decisivamente,
en esta playa,
en donde los niños todo lo ignoran,
te espero, no estás.

En el coágulo de la mera poesía,
demencia atrapada de un insecto
vibrando en su ruido,
justo en la esquina del mueble
con el cual no te has golpeado todavía,
aunque poco falta,
en los silencios de la vulnerable conversación
que llevo a cabo con el mar
a la vez egoísta y recíproco.

Dicen:
si está cerca el alacrán
es que está cerca la hembra.
Pero no estás del todo cerca;
pero tengo húmedo
el puñal en la espalda:
puñal fabricado de esperas.

Más allá de las sombras posibles,
entre lentas, fugaces estrellas en fuga,
en alguno de mis tantos complejos,
en lo que va quedando del año.

Desde esta vigilia de alba repetida,
en mi lucha más bien rara
por estar bien de la cabeza,
del otro lado y en todas partes,
te sigo esperando.

Te seguiré esperando.

En la lengua que limpia
y en la lengua que ensucia,
en la fosforescencia más íntima,
más desgarradora,
en la música más desgarradora,
bajo un cielo enigmático,
en los restos inmortales de tu orgasmo, mujer.

Establecer un ritual de desengaño
ya no es posible.
Ya no es posible, en realidad,
sino esperarte,
pues está escrito que así será siempre,
y eso escrito alguien lo lee ahora mismo,
alguien que entiende la fábula y la perpetúa,
y su lectura es nuestro fatal, incorregible destino
de yo esperarte, de vós ser la esperada.




























El fuego



Arrancarse las diez, las veinte uñas,
las cuarenta y cuatro uñas más imprescindibles:
elevar las manos sangrientas al cielo.

Pensando, porque estoy pensando,
en tu infinita forma de mirarme
a través del fuego.


































La mascara de hielo



Estaré aún lamiendo
la máscara de hielo.
Quitándome de encima
los escupitajos.
Que alguno, por favor,
venga a limpiar
el hígado de los vencidos.
Que alguno nos venga
a cerrar los ojos.

































Teoría de la práctica



Es eso o lamer las costillas
de los perros.
Desde alguna muerte,
lo recordaré todo con gran alivio.
Y esperaré
la llegada del circo a la ciudad.
Y cuando enfermen las uñas
el amor será imposible.
No habrá más escritura
que la escritura del olvido.
No habrá más nada.
Hemos, vós y yo, sudado
la sangre de los muertos.
La música nos aprieta la garganta.
Ellos los demonios de orina
habitan el algodón; esperan.
Pronto serán enviados;
pronto sentiré sus dedos
largos y proféticos
subiendo por la espalda
de este cuerpo vacío.
Y no llegaré a tiempo
al teléfono, de eso estoy muy seguro.
Mi nombre es Roderick Usher.
En mis zapatos hay ansiolíticos.
Vivir, estar lo que se dice vivo,
es que nadie te recuerde en este momento,
y eso saberlo.
Después de la soledad viene el miedo.
El miedo es la locura en su forma práctica.
Alguien práctico me intenta matar.
Batalla; ángeles que se tuercen en la luz herida.
5:02.









Poema poslluvia



Las espadas se evaporan
tras la lluvia de la tarde.
En su lugar,
un acertijo.
He interpretado mi tristeza mil veces,
pero cada interpretación es una nueva tristeza.
Sólo me queda una cosa:
comportarme como un genio,
extrañarte.

































Cannes



Las momias se ríen  
cuando sueltas de la nada
el diagnóstico de tu rabia,
y no sé qué hacer.
Eres como un paraguas
de incertidumbres
que se abre violentamente.
Violentamente:
trazo experto de la navaja.
Navaja: qué palabra peligrosa.
¿Por qué no podemos dejar fuera
de nuestro guión
la palabra navaja,
la realidad navaja?
Te prometo que nos vamos
a ganar el Cannes. 
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