III

La Conversión de Roma



Demasiada sangre,
demasiadas orgías psicodélicas,
demasiados pollos degollados,
demasiadas jeringas,
demasiados homúnculos
corriendo libremente
por el apartamento,
demasiadas costras,
demasiados hombres
torturados en el cuarto de atrás.

Es hora de santificar esta unión:
vamos a casarnos.





























Me curaste



Me curaste. Me curaste de pronto.
Vomité el oscuro lenguaje, el largo etcétera.
Dejé de usar drogas, volví a desayunar,
contesté otra vez el teléfono.
Los hielos del clóset se derritieron, sin explicación.
En el mapa de tu mano encontré todas las claves.
¿No entiendes que te lo debo todo:
mis libros, mi esqueleto, mi plato de sopa?
En los incipientes amaneceres, te extraño, en éxtasis.
Abres los ojos y todos los puertos nacen al mar.
(Y el mar al cielo nace.)
Te ofrezco recordarte aún desde el otro lado de la muerte,
y dibujar tu rostro en la pared de la cárcel severa
y utilizar los zanates come medio de enviar mensajes.
Me siento vivo, ingobernable, benéfico, místico.
En el aparente caos, entre un ángel oscuro y la pared,
una puerta por fin, una impureza: un coyote blanco, llamado Claudia.

























La capilla



I

Te esperé en el muelle
hasta que las horas se apagaron.
Estuve acariciando los sapos fríos
hasta que un día apareciste.


II

Yo te presentía
como una orilla de niebla
a lo lejos.
Mi mano extendida
era un sutil infierno.
Llegaste para curar la parte
carbonizada de mi cuerpo.
Llegaste para orear
la espuma histérica.
Llegaste para ordenar
el celestial conjunto de ruinas.
Soy géminis. Me desangro.
Como cualquiera me desangro pero hoy no,
pues hoy llegaste,
de inmediato asumiste
tu labor de no estar quieta,
pequeña, enojada, de la mañana,
pusiste en el cuarto
plantas como centinelas de la vida
y limpiaste la ventana a veces más triste.












Ángel viejo



Vamos a vivir,
vamos al centro de un tomate,
nos mudaremos a las barbas del ángel viejo,
juntos, muy cerca, muy juntos, cerca los dos
soplaremos la brisa publicada de la ausencia.

Podríamos conducir tu carro.

Pero si hoy no podés,
viajaremos mañana.

Al Este.

Te pertenezco lo suficiente, más aún
te pertenezco de cuerpo entero,
del todo.

Es preciso el saqueo, te pertenezco.

Te espero, ya despojado,
para mudarnos a las barbas del ángel viejo.





















Aliento



I

Irrumpió el sueño con su jauría de libélulas:
los santos, los dulces, los refugiados minutos,
los que siempre tuvimos y hoy aún más.
He sido poco, en suma he sido poco,
y me reprocho cosas:
no haber conocido antes
la lucidez de nuestros pactos,
el brutal incendio de nuestras manos entrelazadas,
el candelabro verdadero de mil revelaciones.
Antes perdí demasiado el tiempo elaborando negras pirámides de talco,
o riéndome por mi cuenta de quién sabe qué, y al reír así:
como momia,
como insecto,
como el mercader antepenúltimo, 
me privé al menos de la posibilidad de un casi, de un talvez,
de un acaso encontrarte en la esquina del altar
que ha cosido para nosotros tiernamente el tiempo.
Acumulé todas las prórrogas que tolera la casualidad,
y después de años de ausencia finalmente pasó: pude verte a los ojos.   


II

Estar en el musgo, crecer en el musgo, ceder a la dicha de musgo
en un latido de hormigas.


III

En nuestro mundo sin pausa,
en nuestro mundo científico,
en nuestro palacio de respiraciones.

Siempre diciéndonos algo y otra cosa,
siempre diciéndonos dos cosas a la vez,
subrayando cada palabra con su intención transparente.


IV

Estoy aquí para compartir mi aliento,
para partirlo a la mitad y darte el pedazo más fosforescente,
el desconcertante pedazo de aliento
que te busca claudicando en las horas.











































Buscando a la gata



–Mimish –gritas,
llamando a tu gata.

Pero la Mimish
no aparece.

–Te ayudo a buscarla, ¿sí?
–propongo.

¡Talvez está metida
en el viejo piano!

¡Talvez se ha escondido
tras el busto granate
del General/Padrastro!

¡Talvez en los raviolis verdes!

¡En el cráneo mismo del Cristo!

¡Entres dos pliegues
de la realidad!

(La Mimish ronronea,
los dos niños corren
por la gigantesca mansión,
tomados de la mano.)














Lo tengo todo



Todos los juguetes del mundo,
los satélites,
las heridas más finas, caras, elegantes.
Lo tengo todo.
Poemas hallados
en las más oscuras cavernas,
crímenes, regeneraciones milagrosas.
El don de no delatar a nadie,
el don de la ciudad,
el don de no ser asesinado
por el peso de un objeto contundente.
Lo corrugado, lo abstracto,
el no sé qué de los Dioses,
el jamás morir,
la sabiduría del desierto.
Maestro del escalpelo,
vital jaguar,
hijo de extraterrestres.
Soy el más grande novelista del siglo XXI.
Soy el único domador de serpientes.
Soy tu esposo.





















Mujeres holandesas



Mujeres holandesas,
hablan por el celular,
mientras van en bicicleta.

Te prefiero a todas ellas
que hacen fila en los museos
y buscan a Rembrandt
sin compasión.


































Conservar la Mente del Principiante



Por que sí, por deporte,
por mantener viva
la tradición de ir
como loco por las calles,
te extrañaré a perpetuidad,
aún si vamos tomados
de la mano, y mía eres.

No quiero apartar
el hábito de no creer
que ya estás aquí:
esta incertidumbre a ti me trajo.

Nunca terminaré
de casarme contigo,
nunca terminaré de estar a tu lado,
seré cada vez el Principiante.

No sabré
divorciarme del asombro.

Seguirás siendo un fantasma.

Seguiré de rodillas
a los pies del deseo.


















Omen



El genocidio
ha dado su forma octaédrica,
su forma más perfecta
y acabada.

Es obvio en la manera
en que se descosen los edificios.
Y está eso negro, de cobre,
en los labios de la gente.

Es hora de irnos, pues.
Partiremos en la mañana,
naturalmente.

¿A dónde?
A la orilla.

No puedo permitir
que algo te pase.

No digas nada.
No digas nada.
Sobre todo no digas eso:
que necesito dormir,
que estoy loco,
que me vaya a la cama…
Las sábanas sirven sólo
para cubrir la sangre.
Soy tu Marido…
Es mi Responsabilidad… 
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