IV

Tuviste otro episodio



Tuviste otro episodio.
Psicotizaste.

La vez pasada lo mismo.

¿Te acordás? Las pastillas.

Esta vez te dio por pegarte,
una y otra vez,
y gritar, y tirar cosas al espejo.
Y el espejo te miraba, mudo.
Y yo también. 































Los vecinos



Los vecinos escuchan nuestras riñas,
ponen atención mientras
nos confesamos
vulgarmente.

Sé que no es importante
los que otros a veces piensan,
pero estoy avergonzado,
de tanto grito y de nosotros.

Los vecinos,
ellos en cambio,
jamás se pelean.

¿Es que no tienen diferencias?

¿Escuchan, realmente?
¿Están allí?
¿Hay alguien más allá de estos muros?

O la realidad es esto:
tú y yo, arañándonos, eternamente,
limpiando la sangre con el pan,
recomenzando, solos, sin vecinos.

















Estás deprimida



Estás deprimida:
comiendo
las vísceras
de un caballo muerto.

Estás triste y enojada.

Deprimida:
le hablas a la puerta
todo el tiempo.

Hablas y hablas.
Los gatos no te hacen reír.

No, no lo niegues.
Estás envenenada.
Es torpe lo que dices.

Eres demasiado pequeña:
¿a dónde llevas ese ahorcado?

Y:
¿cuántos demonios
justificas para no verte?

Yo también he dibujado
sobre esos muros.

Yo también sé
lo que es estar deprimido.

También tiro
piedras y niños al abismo.

Parece imposible
que vamos a morir;
a olvidar algún día
tanto horror, tanta queja.

Tu sombra y mi sombra se juntan,
formando un charco oscuro.





Estatua



Suponiendo
que es verdad,
que en tu corazón
has levantado una estatua
en mi nombre,
con mis manos, mi rostro,
ojos, venas y riñones,
una escultura perfecta,
exactísima,
para rendirme homenaje,
recordarme siempre,
que resplandezca
en el crepúsculo
del amor sin fin…
suponiendo que es verdad…

Entonces:
¿por qué gritas así,
por qué te burlas de mi tos?
























Tirarlo todo



Desocupemos la casa,
tiremos dulcemente
todo por la ventana:
la librera, el televisor,
el pescado, los cuadros,
los muros, las esquinas,
los riñones, la aspiradora,
los versos, las sabias decisiones,
la salud, las agonías, los sofás,
las plantas de albahaca.

Todo: porque
hemos padecido la soberbia
de querernos demasiado tiempo.

Hay que ponerse
a orinar por la ventana
esta gran mentira disfuncional.
Ven y orina tú también.

Este pan está muerto.
Se lo ha comido la muerte.

Las suturas han llegado hasta la cama.

No hay nada qué hacer.

Nada, salvo arrancar las páginas del libro,
hacer avioncitos:
a nuestras espaldas las llamas crepitan.

Trae el espejo.
¿Recuerdas?
Te lo di el día de nuestro aniversario.
Ven: suéltalo ya.

Esto es lo menos humillante
que hemos hecho juntos,
¿no te parece?
Es incluso bello:
cinco pisos en picada.

Nunca tuvimos hijos,
pero ellos también deben irse,
con lo demás.

Y los dedos: voy a cortártelos.









































Los ahogados



Los ahogados están
en el clóset.
Mientras peleamos.
Ya no se quieren mojar.
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