VI

Claudia



Claudia
duerme.

En su frente no hay arrugas,
no me odia,
ni está cansada de mí
ni está cansada:

duerme.

































Te golpeas, te suicidas



Te golpeas, te suicidas,
pero yo te entiendo.

De golpe te amo,
cuando te golpeas y te suicidas.

Aún así,
entregándote a la muerte,
eres mía, gritas por tercera vez
como una loca y por tercera vez
de tus heridas sale leche,
y en un avión que ya no sirve
te refugias, y allí, sola, has dado a luz,
has parido nuevas guerras mentales.

Ahora no puedo decirte nada:
estás demasiado extrañada
por todo eso que te rodea.
No me reconoces.
No sabes quién soy.
Y hasta el crepúsculo se corta sus venas
amarillas, que son más de la muerte
que suyas, más de un otoño imposible
que propias, más del espanto
que de la belleza en este momento,
de esta angustia que no tiene sombras,
es pura luz quemándonos.

Lo externo no importa:
no importa el espejo,
ni los vecinos silenciosos.
Te golpeas, te suicidas,
pero yo te entiendo,
y quieres borrarte el rostro con las uñas,
y en tu vientre nacen pájaros sin ojos,
cuchillos todos que gritan lo mismo.

No me reconoces.
No sabes quién soy.
Tampoco si lo que te ahoga por dentro
es silencio o sollozo segando
las flores de cada víscera, crepitante,
aullando, hambriento, embriagado.

Gritas. No entiendes.

Y de tanto gritar,
caes a la alfombra.

Ya no te enderezas.

Te has calmado, por fin.

Te abrazo. 


































Stop



Ya no abras
las ventanas
de tus venas.








































Tierra firme



Adentro hay tierra,
en ti hay tierra.

Mi cerebro desvencijado
lo sabe, pues él también es tierra.

Más allá de los escombros
hay tierra.

Después de los cadáveres
hay tierra.

La semilla arde en lo hondo,
esperando, en la tierra.

Hay sudor y tierra.
Cascabeles rotando
en un infinito de tierra.
Cosas vivas en la tierra.

Quiten todas esas
banderas ensangrentadas.
Denme una pala.


















La tregua



Como dos guerreros
heridos,
reunidos en la tregua
de la muerte,
juntamos nuestros labios
por fin derrotados,
puntuales
después del orgullo.



































El Canciller



Tu frontera me acepta, otra vez.
Tu lodo.
Tu ternura.

Tu pequeña ola
sale a recibirme.



































No tan Ofelia



Hoy no tan pálida,
no tan Ofelia,
no tan mujer
a quién le han robado algo
en la calle.

Al contrario:
está de vuelta tu sonrisa,
esa sonrisa delictiva.

Estás bien,
estarás bien.

Me gusta
cuando te burlas
de los otros,
me enoja porque me gusta,
porque entonces estás viva,
me gusta cuando te quejas,
porque entonces estás aquí,
me gusta cuando brincas de la ira
porque entonces no estás enferma,
y eso es todo lo que quiero saber esta noche.



















Aprenderemos a sonreír



Aprenderemos a sonreír.
Lo ha dicho
una de las cabezas.

Ve y corta la soga.
Que caiga el cuerpo.
Para qué preocuparse.

No ahorres. No seas puntual.
Que la noche disponga
de nuestros cadáveres.
Estemos juntos.
Seamos un prístino punto
negro, indestructible.
La palabra es:
ver, vernos.
Más allá de las pálidas ventanas.
Allá. El sol.


























No habrán hastanuncas



No habrán hastanuncas:
palomas hablando solas,
en las cornisas.

Todo el jade seguiré buscando:
no tendrás hambre.

Morirán 33 gatos exactamente:
orinando sangre.

33 gatos:
ciegos, golpeándose contra las paredes.

Pero el epigrama es claro:
las estrellas nos darán asilo.

Ya libres de la paradoja del amor,
ya por fin mirándonos sin miedo,
haremos los dos el amor con la nada. 
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